02 - Caricias
Cuando los niños nacen, sus madres les cantan nanas para que se queden dormidos. Cuando los niños crecen, sus padres les cuentan cuentos para que se queden tranquilos. Y cuando se convierten en adultos, sus padres los dejan ir, a sabiendas del buen trabajo que han hecho durante esos años.
La roca madre y él no tienen esa conexión.
Ni siquiera está seguro de que pueda considerarse su hijo ... O siquiera un ser aparte de la Roca Madre. Él era ella y todos sus ¨hermanos¨ ... ¿Los puede considerar hermanos? Si alguno de ellos resultaba herido, todos los sentían. Y si uno detectaba algo, todos lo hacían. Todos eran una única conciencia. Únicamente, la Roca Madre proporcionaba energía.
Pero incluso si fuera, ahora, una conciencia única, no se sentía predispuesto a correr de vuelta a su planeta y pasar el resto de su eterna vida con los demás.
Donde está la familia, está el hogar. Él no tiene ninguna.
Las noches son heladas, últimamente le cuesta mantener el calor. Su cuerpo está dejando de hacer su trabajo, lo cual le preocupa ... Si es que puede permitirse preocuparse, si es que puede permitirse sentir.
¿Qué demonios le pasa? Llorar, enojarse, preocuparse, querer. Todas esas emociones humanas obstaculizan alcanzar su verdadero potencial. Ahora solo parece un melancólico chico triste y dotado de milagros que no merece.
Cuando no puede quedarse en una posición cómoda para ¨descansar¨ sale a caminar. A pesar de que su cuerpo debería regular su temperatura a una tibia, no lo hace. Así que, odiando a rabiar, coge una de las chaquetas que se supone son para él del armario y sale a la calle. Afuera, el frio es glacial Y penetra en sus huesos. Levanta la vista al cielo, con las mejillas rojas por el frio. La luna le devuelve la mirada, y con ella, los pasos amortiguados de alguien que se acerca.
– Octavio – Saluda, cubriéndose el cuello con la chaqueta.
El otro levanta la mano y se acerca a él, demasiado. Makitamura se pone ligeramente nervioso.
– ¿Qué haces afuera a estas horas? – Pregunta, retrocediendo un paso.
– Buena pregunta ¿Qué haces afuera tú? – Contraataca con tono mordaz.
– No podía dormir.
– ¿Tú duermes?
– No.
– ¿Y entonces?
Scott escrudiña la esquina, una hoja muerta corretea de un lado a otro. Quiere irse, pero no quiere irse. No tiene razón para quedarse ¿O sí?
– Necesitaba pensar.
– Tienes frio.
– ¿Y eso que te importa a ti?
– Solo señalo.
El azabache se abraza a sí mismo, cierra los ojos y deja fluir la mente. El rubio da un paso a su al frente, chocando contra su pecho. Makitamura levanta la mirada de inmediato y se encuentra cara a cara con el italiano. Demasiado cerca. De inclinarse, se besarían.
– Octavio ...
Octavio apenas parpadea, levanta las manos y el japonés da un respingo. Las mete dentro de la chaqueta.
– Te vas a enfermar.
– No puedo hacer eso.
– Sí que puedes. Creo que se te olvida que tienes un cuerpo humano y pulmones. Y unos pulmones de mierda, sin ofender.
– ¿Porque me ofendería?
Afuera el frio crepita con fuerza, pero él está sudando ¿Por qué?
– Porque eres un llorón sentimentalista – Sonríe, cruzando los brazos sobre el pecho. Contiene una risita al ver al azabache ponerse rojo de furia.
– Ah ¿Si? ¡Mira quién es el sentimentalista! Lloras, ríes, te burlas, tienes el ego tan inflado que uno de estos días tu cabeza explotara o se quedara atorada entre dos árboles ¡¿Y me llamas a mi sentimentalista?!
– Y ahora estás enojado, se supone que no deberías de estarlo. Debería de darte igual.
– Eso no ...
Scott cae en la cuenta, suspira, derrotado y se da media vuelta para irse con algo de dignidad aun. No le va a preguntar que hace afuera en el frio ¿Seria por él? El edificio de Warren queda al frente del suyo ¿Lo habría visto por la ventana, por eso salió? Pensar en ser él la razón por la cual Octavio ha salido en una noche ártica le colorea las mejillas.
Una mano en el hombro, no se voltea.
– Scott.
– ¿Qué deseas? – Contesta, con voz queda.
– Quiero mimarte un poco.
Abre los ojos y voltea a verlo, en su cara hace alarde una sonrisa felina.
– ¿Perdón?
– Que quiero hacerte mimos para ver como reaccionas ¡Anda, déjate!
– Ah ¿Eso soy para ti? Un experimento, una cobaya para ver sus reacciones. Bravo, bravísimo, fantástico. Se me doblan las rodillas de solo imaginarte con tus manos encima mío ¡Quita ya!
– ¿No es lo que estás haciendo ahora?
Makitamura se queda perplejo, baja la mirada a sus piernas y se encuentra con la rodilla derecha ligeramente inclinada hacia afuera, con un ligero temblor. Frunce el ceño y se obliga a pararse derecho.
– Tengo frio.
– ¿Quieres mi chaqueta?
– No.
El cielo, el frio, las hojas y la luna. Y los dos ¨hombres¨ bajo su luz.
Cierra los ojos, la oscuridad agudiza los demás sentidos y gruñe al sentir el frio atenazándole las mejillas con más fuerza. Una tibia sensación corre por su mejilla derecha y el abre los ojos de golpe. Frente suyo, el rubio y la mano bien estirada sobre su blanca piel. Su mano esta caliente (¿Cómo es posible?) y es de una suavidad extraordinaria, como si lo tocara una nube. Empieza a apartarse pero el brazo de Warren vuela a su muñeca y lo atrae hacia sí mismo. Makitamura se deja, por algún motivo, y solo ruega a sus rodillas no desplomarse en el suelo. Eso sería penoso.
Los dedos de su contrario recorren el puente de su nariz, delinean sus cejas. Pasa las yemas por el contorno de su rostro y, jugueteando, le levanta las gafas. Makitamura deja caer la cabeza hacia el suelo, observando sus zapatillas. No va a admitir, de ninguna manera, que las manos tibias del italiano se sienten demasiado bien sobre su piel. La mente le juega una mala pasada y él se sonroja como una cereza. Siente cosquillas en la nuca y una ligera presión en la base del cuello. Su cuerpo reacciona violentamente y, de un golpe certero, le aparta el brazo con tanta fuerza que Warren resbala y cae sentado sobre el asfalto.
– No vuelvas a tocarme.
– No te estaba tocando.
– ¿Eres ciego o estúpido? Tú ...
– Sabes que es lo que iba a hacer. Pude haberlo hecho tocándote el brazo o cualquier otra parte de tu cuerpo.
– Y entonces ¿Por qué ...?
– Porque tu cuello es de una suavidad fuera de este planeta. Es sensible, y acompaña perfectamente a lo que me gusta. Si voy a meterme en tu mente, me voy a meter por ahí. Acércate.
Scott lo mira como si fuese una especie de depredador sexual hambriento. Tuerce el gesto en uno de asco y se da la vuelta para regresar a su edificio. Octavio no va detrás de él, se limita a sonreír y a encogerse de hombros.
Antes de volver a entrar a las puertas batientes de la construcción, se voltea y alardea.
– ¡Bien que te gusto, gilipollas!
– ¡Que te follen!
Octavio se ríe en voz baja, mete las manos en los bolsillos del jean y murmura para sí mismo, en control del tiempo y las emociones del contrario.
¨Por favor, Scott, deberías de tener más cuidado. Bien que puedes parecer de piedra por fuera, por dentro ... En fin, todo lo que hacíamos era demasiado asqueroso como para decirlo, pervertido. A lo mejor no debí de precipitarme, sí. A lo mejor te hubiese contado alguna tontería y te hubiese arrastrado a mi habitación. Jo, eres un caso perdido, Makitamura. Un desastre.¨
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